Cuando se decía que la final no se jugaba en mayo sino este jueves en Vigo, no se trataba de palabrería vacía, sino de una seria advertencia de lo que podía ocurrir en Balaídos si el Sevilla FC no salía con todas las de la ley. El equipo comenzó metido y cumpliendo, pero le tocó sufrir de veras en una reanudación que amenazó con convertirse en tragedia hasta que Ever Banega dijo aquí estoy yo y con un fulminante derechazo cruzado rebajó la efervescencia local. La sensacional acción personal del argentino, al que el partido se le había resistido hasta ese momento, confirmó el pase a una nueva final de un Sevilla que alarga una temporada más posiblemente el periodo de mayor esplendor de su historia. No hay freno a esa formidable historia de felicidad que arrancó un ya lejano jueves de Feria de 2006.
Por encima del sufrido partido que se jugó en Vigo, la principal lectura es que el Sevilla FC lo ha vuelto a hacer, que la leyenda de este Sevilla moderno, que ha hecho del éxito extraordinario algo corriente, continúa. El Sevilla, ése que en el siglo XX jugó su última final en 1962, es una máquina de generar y cumplir sueños, un hacedor de hazañas, un pistolero de placer y éxito. Es el nuevo Sevilla FC, en definitiva, el Sevilla grande que propulso la zurda de Antonio Puerta… El Sevilla monumental, el que se ha clasificado en los últimos 10 años, ni más ni menos, que a 13 finales.
El diluvio que cayó sobre Balaídos perjudicó las salidas a la contra del Sevilla
Dicho todo ello, no resultó fácil, porque el partido de vuelta ante el Celta, pese al contundente 4-0 de la ida, no fue el trámite que a priori se podía esperar. Tras una primera media hora en la que ninguno de los dos equipos terminaba de imponerse bajo un verdadero diluvio, una sensacional jugada de Aspas, que comenzó y culminó, disparó la ilusión de los locales, que sobre todo tras el descanso creyeron y con razón en la posibilidad de la machada.