En una tarde en la que lo esencial era el fútbol, como siempre que hay partido, había algo tanto o más importante antes de que el balón echara a rodar. Salía del vestuario local con paso decidido y mirada al frente, controlando las emociones y luciendo la camiseta del equipo de su vida con el dorsal 16 y el nombre de Antonio Puerta a la espalda. El Sánchez-Pizjuán rendido a sus pies se arrancaba por el clásico León San Fernando y Monchi se conducía con el corazón encogido hasta más allá del centro del campo donde le esperaba una hilera de gloria con todos los títulos que ha logrado el club durante su periodo como director deportivo. Imágenes en los videomarcadores que en poco menos de cuatro minutos resumían 29 años de amor mutuo, foto de rigor con las copas y el León hace del césped de Nervión su sabana y campa por ella a sus anchas, recibiendo el reconocimiento al unísono de una afición que veneraba a su ídolo como sólo los ídolos merecen ser venerados.
Golpes al pecho, saludo al cielo… Es su momento y sólo él decide cuándo y cómo ponerle fin
Monchi se dirige hacia Gol Sur. Mano derecha al corazón y besos a la grada. Brazos al cielo y pulgares hacia atrás. Luego turno de Fondo y de ahí a Gol Norte, donde avanza desde el dolor que produce un hasta luego y la pasión que le corre por las venas. Llega al balcón del área. “Animar a mi Sevilla es para mí un privilegio, porque somos los guardianes de Nervión…” Y Monchi se para, él, que siempre ha sido un guardián más, se postra y se lleva las manos a las rodillas para tomar aire. Otra vez señala el dorsal y el nombre del añorado Antonio Puerta. “León, Leon, León San Fernando…”, le tiemblan las piernas pero resiste y regresa al punto central. Mano derecha al corazón, otra vez más y cuantas hicieran falta. Besa al escudo mirando a Preferencia. Golpes al pecho, saludo al cielo… Es su momento y sólo él decide cuándo y cómo ponerle fin. Y su rúbrica es la de un hombre que ama el césped que pisa. Se arrodilla y junto al punto central besa el verde del Ramón Sánchez-Pizjuán.