José Castro junto a Enrique Montero
2017

Enrique Montero (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1954) fue uno de los referentes de la escuela sevillana entre la segunda mitad de la década de los 70 y la de los 80 del pasado siglo, dando sus mejores años de fútbol al Sevilla FC. Montero, llegó a Nervión de juvenil, teniendo un paso casi fugaz por el Sevilla Atlético. Debido a sus magníficas condiciones futbolísticas y a su manera primorosa de jugar a la pelota, Santos Bedoya lo aupó pronto al primer equipo. El gaditano militó en el Sevilla FC 13 temporadas, diez de ellas de forma consecutiva de rojiblanco, al ser cedido al principio dos años al San Fernando. Sumó nada menos que 338 partidos con la camiseta nervionense y ofreció muchas tardes de ensueño a los aficionados sevillistas.

Montero, que no era muy goleador (marcó un total de 52 goles), empezó de delantero centro, pero su perfil de calidad por arrobas le hizo bajar a la demarcación de centrocampista; le faltaba campo para desbordar su gran calidad y para servir a sus compañeros balones claros de gol. Podía parecer algo pausado desde la grada, pero sus cualidades le proporcionaban un tempo futbolístico que lo mismo regalaba quiebros en un palmo de terreno y regates en corto, que enviaba -gracias a su gran visión de juego y a su técnica depurada- pases precisos para crear ocasiones de gol en el área rival. Su fútbol era un espectáculo que levantaba a la afición de sus asientos y siempre ofrecía recitales plenos de imaginación y goles de bella factura. Con Manolo Cardo -Banquillo de Oro del club sevillista- disputó dos UEFAS seguidas.

Mereció mejor trayectoria con la selección española

De los mejores centrocampistas de arte del Sevilla en toda su historia durante una década, Montero no pudo trasvasar su gran calidad a la selección española al ser muy castigado por las lesiones. Sólo fue internacional en tres amistosos. España se perdió al que hubiera aportado una impronta distinta al combinado nacional en el esperado Mundial 82 disputado en nuestro país, que transcurrió con más pena que gloria para los pupilos entrenados por Santamaría.

Con todo, el recuerdo más amargo, que truncaría en parte la trayectoria del gaditano fue la tarde en el Trofeo Carranza en unas semifinales ante el Palmeiras brasileño que el Sevilla ganó con un contundente 5-0. El defensa brasileño Polozi, quizá desesperado por los gambeteos imposibles de Montero, le propinó una entrada alevosa que le produjo una gravísima lesión, rompiendo varios ligamentos de una de sus rodillas. Nefasta jornada al pie de su bahía natal, unida al hecho de que el FC Barcelona, admirado con el juego del sevillista, se comentó que lo tenía hecho con el Sevilla para incorporarlo a sus filas. Dónde podría haber llegado Enrique Montero, jugando en un grande, pero eso ya quedó en el terreno del deseo y no en el de la realidad.

Clase y finura

Podía parecer un jugador frágil, pero el portuense tuvo una constancia a prueba de bomba tras pensar el sevillismo que podría haber perdido de forma definitiva al fino jugador gaditano. La recuperación no fue fácil, realizó un duro trabajo y demostró que no se daba por vencido. Se puso de nuevo al nivel de sus compañeros y volvió por sus fueros. Militó en el Sevilla hasta 1986 y se puede decir que fue uno de los jugadores de más clase de los últimos 30 años. Después jugó en el Cádiz cuatro temporadas más hasta 1990. Montero -además del escudo sevillista- tiene en su pecho el escudo de oro del Sevilla FC, como brillante colofón a su excelente carrera futbolística. Su visión de juego y su arte con el balón en los pies permanecerán siempre en la memoria de la afición nervionense.