Ignacio Achucarro (Asunción, Paraguay, 31-6-1936) llegó a Sevilla con 22 años. Fue integrante de aquella Paraguay de finales de los 50 que logró una sorprendente clasificación para el Mundial Suecia 1958, junto a los Lezcano, Aguilera, Re, Agüero o Amarilla. Bravo mediocentro, era ya un ídolo en su país por ser el líder del tricampeón Olimpia y completó una excepcional actuación que le puso en el mercado español. El Sevilla fue el club más avispado a la hora de contratarle, dado que en principio venía al Barcelona de Helenio Herrera, que le quería para proteger a Luis Suárez. Sin embargo, la intermediación del representante armenio Arturo Bogossian cambiaron los acontecimientos y Achucarro tomó rumbo a la Giralda para construir una historia de grandeza similar a la del monumento hispalense más universal.
Cuando arribó a Sevilla, Achucarro era un padre primerizo, comedido en palabras, guaraní parlante, extranjero pese a su sangre española, pero comprometido con su presente y sorprendido por las bondades de Sevilla, que tan bien le supieron desde sus inicios. Corría el penúltimo mes de 1958 cuando se estableció en la calle San Vicente y dio rienda suelta a su leyenda. Su debut fue ante el Athletic un 23 de noviembre. De ahí hasta final de campaña no dejó de jugar ni un solo encuentro. La camiseta del Sevilla, blanca como la del Olimpia, le sentó de maravilla y no permitió, bajo ningún concepto, que nadie se atreviera a mancharla.
Inolvidable dupla con Ruiz Sosa
En Nervión echó raíces. Le tocó lidiar con un Sevilla en decadencia, que se sostuvo en la elite mientras él formó inolvidable pareja en el centro del campo con Manuel Ruiz Sosa, la mejor medular que jamás haya conocido Nervión. Rozó la gloria en la final de Copa del 62 y no jugó con España en el Mundial Chile 1962 por una inoportuna lesión que le dejó fuera de los planes de Helenio Herrera, un técnico que siempre quiso contar con sus servicios.
En los años 60 y la marcha de Ruiz Sosa, el Sevilla, que iba a menos, encontró en el racial carácter de Achucarro su principal sostén. Sus sensacionales actuaciones se convirtieron en uno de los pocos argumentos de un equipo que acusaba seriamente las deudas devenidas de la construcción del Ramón Sánchez Pizjuán. Salieron Sosa, Gallego, Oliveros, pero a Achucarro nunca se le abrieron las puertas y el jamás osó tomar el picaporte por su cuenta. Ídolo y figura, se convirtió en el gran capitán y en el ejemplo a seguir por la excelsa generación de canteranos que venía pegando fuerte desde abajo, con Enrique Lora a la cabeza.
Sus mejores años en el Sevilla FC
Dedicó sus mejores años por y para el Sevilla y dotó a su figura de un matiz legendario en la promoción por evitar el descenso de la temporada 66/67, cuando el conjunto nervionense, tras haber ganado 1-0 en casa, se jugaba la permanencia en El Molinón. Ante el Sporting, el recital de compromiso y sacrificio futbolístico del paraguayo fue enorme, dado que llegó a jugar lesionado -con la rótula rota- durante gran parte del choque. Pese a circunstancias tan adversas, no transigió a abandonar el campo, pues en esa época no había cambios y no quería dejar al equipo con uno menos, pese a que su técnico, Juan Arza, le pidió que lo hiciera viendo la gravedad de la situación. Su sello era pelear hasta el último suspiro y no caer jamás, valiéndose de un pundonor y un compromiso cada vez menos frecuente en el fútbol. El Sevilla logró mantener la categoría, elevándose su figura al olimpo de los héroes.
Homenaje y adiós con honores
En la siguiente campaña, con el equipo descendido, Achucarro terminó contrato con el Sevilla. Tuvo ofertas jugosas de Elche, Córdoba o Espanyol para hacerse con sus servicios y poder seguir jugando en Europa y ganar el buen dinero que pagaba el campeonato español. Sin embargo, el presidente Manuel Zafra Poyatos, le dijo alto y claro que el Sevilla no permitiría que vistiera otra camiseta distinta en España. El mensaje fue nítido: ‘si lo haces, te quedas sin partido homenaje’. Achucarro no dudó, rechazó ofertas y prefirió un último baile con una afición a la que enamoró con su casta, destrozando su rodilla y entregando su alma.
El homenaje fue contra su nuevo equipo, el Guaraní, con el Sánchez Pizjuán repleto. Achucarro jugó 280 encuentros, con el título honorífico de ser el extranjero con más partidos durante más de 50 años, hasta que Renato y Kanouté le superaron. Más allá de eso, el pundonor y la entrega que siempre mostró en el campo le han hecho inmortal en el imaginario colectivo del Sevillismo, que todavía hoy no olvida a un ídolo auténtico, jugador de hierro y corazón, pero sobre todo de un compromiso prácticamente inédito en el fútbol actual. Razones por las cuales recibió en mayo de 2012 el IV Dorsal de Leyenda de la entidad.