Dorsales de leyenda
El Dorsal de Leyenda es la distinción máxima que el Sevilla FC otorga a sus ex jugadores. Desde su instauración en junio de 2009 bajo la presidencia de José María del Nido, han sido trece los jugadores, todos ellos inolvidables, distinguidos: Juan Arza, José María Busto, Marcelo Campanal, Ignacio Achucarro, Antonio Valero, Paco Gallego, Enrique Lora, Curro Sanjosé, Antonio Álvarez, Enrique Montero, Pablo Blanco, Juan Carlos Unzué y Francisco López Alfaro.
Con esta distinción el Sevilla FC pretende dar realce al pasado glorioso de los homenajeados y reconocer en vida los méritos y la carrera deportiva de aquellos que con su compromiso y entrega dieron grandeza al club.
Francisco Javier López Alfaro (Osuna, 1 de noviembre de 1962) abandonó su localidad natal para trasladarse a la capital hispalense, junto al resto de su familia, cuando tan sólo tenía cuatro años, iniciándose posteriormente como futbolista en el modesto Atlético Rochelambert. A los 13 años, mientras disputaba un torneo en Altair, Francisco fue descubierto por el inolvidable técnico Pepe Alfaro, quien le ofreció ingresar en la cantera sevillista. El propio Alfaro se encargaría de dirigir sus primeros pasos en la entidad de Nervión, siendo su primer entrenador durante los dos años en que Francisco militó en los infantiles del Sevilla Fútbol Club. Con posterioridad, ya como juvenil, contaría con los sabios consejos de Baby Acosta, Manolo Cardo y Antonio Valero, su último entrenador antes de dar el salto al primer filial sevillista, donde se vuelve a encontrar con Manolo Cardo, su gran valedor.
Su llegada al primer equipo
Casi a mediados del mes de diciembre de 1981, tras dos derrotas consecutivas en el campeonato liguero, el conjunto sevillista se encontraba en la zona baja de la tabla clasificatoria, empatado a puntos con una serie de equipos que trataban de eludir el descenso. Esta desilusionante marcha deportiva precipitó la salida de Miguel Muñoz como técnico del primer equipo, siendo sustituido por Manolo Cardo, a quien la directiva encabezada por Eugenio Montes Cabeza confió el banquillo de Nervión. El técnico coriano, que entonces se encontraba junto al propio Francisco en Alicante para dirigir un encuentro del Sevilla Atlético Club frente al Hércules CF, se trasladó inmediatamente a la capital hispalense.
Ya como entrenador del primer equipo del Sevilla FC, una de las primeras medidas de Manolo Cardo fue dirigirse a Francisco y preguntarle: “¿Usted es capaz de jugar en Primera División?” Al día siguiente, jueves 10 de diciembre, Francisco se encontraba entrenando con el primer plantel. Tan sólo 24 horas más tarde, tras su segundo entrenamiento, firmaba como jugador profesional del primer equipo del Sevilla Fútbol Club para las siguientes tres temporadas.
Aquella misma semana, el domingo 13 de diciembre de 1981, Manolo Cardo y Francisco López Alfaro, entrenador y jugador, debutaban en la máxima categoría del fútbol español. El encuentro, disputado en la Romareda frente al Real Zaragoza, finalizó con un rotundo triunfo para el conjunto sevillista, que se impuso por un gol a cuatro, con una memorable actuación de Pintinho, autor de los cuatro goles del Sevilla Fútbol Club.
Internacional, subcampeón de Europa y mundialista
En menos de un año, Francisco López Alfaro pasaría de jugar en Tercera División con el Sevilla Atlético Club a convertirse en internacional absoluto con la Selección Española de Fútbol. Su debut con el combinado nacional se produjo el día 27 de octubre de 1982 en la Rosaleda, frente a Islandia, cuando el seleccionador español, Miguel Muñoz, decidió sustituir a Gordillo por el centrocampista ursaonense al término de los primeros cuarenta y cinco minutos del encuentro. Paradójicamente, meses antes, durante su estancia en el banquillo sevillista, Miguel Muñoz había desoído los consejos Manolo Cardo, no haciendo debutar a Francisco con el primer plantel y llegando a decir de él que era “más lento que las carretas del Rocío.”
Francisco López Alfaro, aquel joven debutante de tan sólo 19 años, acabaría siendo un fijo en las convocatorias del combinado nacional, llegando a tomar parte en la Eurocopa de Francia de 1984 -final incluida- y en el Mundial de Méjico de 1986. En Total, Francisco llegó a disputar 20 encuentros como internacional absoluto con la camiseta de la Selección Española de Fútbol. Esta cifra, récord para un jugador del Sevilla FC, sólo sería batida décadas después por el también capitán sevillista Jesús Navas.
Cerebro y director de orquesta para el centro del campo en Nervión
Durante las nueve temporadas que perteneció a la disciplina del primer equipo del Sevilla FC (1981/82 a 1989/90), Francisco López Alfaro disputó un total de 302 partidos, llegando a anotar 28 goles. A día de hoy, Francisco sigue siendo uno de los pocos futbolistas que han superado los 300 partidos defendiendo el escudo de la entidad de Nervión. Amo del centro del campo, jamás le quemó el balón en los pies ni dejó de asumir la responsabilidad de cargar con el juego del equipo, hasta hacerse capitán del mismo y líder del vestuario.
A las órdenes de Manolo Cardo, gracias a su exquisita técnica y visión de juego, se convirtió en cerebro y director de orquesta para la línea media del conjunto sevillista, llegando a lograr la clasificación para la disputa de la Copa de la UEFA en dos temporadas consecutivas (1981/82 y 1982/83). Tras la marcha del técnico coriano, Francisco estuvo a punto de ser traspasado al FC Barcelona, entidad que se había mostrado vivamente interesada por el jugador ursaonense antes de la disputa del Mundial de 1986. Sin embargo, una oferta considerada insuficiente y la prematura pérdida de su padre, fallecido a los tres días de regresar de Méjico, hicieron que Francisco se decantara por firmar un contrato de siete años con el Sevilla Fútbol Club, esperando finalizar su carrera deportiva en Nervión.
Ya con el escocés Jock Wallace en el banquillo, Francisco seguiría siendo un fijo en la medular del equipo durante la temporada 1986/87, al igual que posteriormente con el técnico vasco Javier Azkargorta. Precisamente, fue bajo las órdenes de este último cuando Francisco marcó el conocido como “gol de Tejero”, logrado durante la disputa de un derbi liguero en Heliópolis, cuando Francisco, tras una larga carrera y pase de Ramón Vázquez, sentó al portero y a varios defensas rivales antes de mandar el balón a la red.
El ocaso de Francisco como jugador del Sevilla FC tuvo lugar con la llegada de Vicente Cantatore en la temporada 1989/90. Aunque el técnico chileno cuenta con el jugador y considera que debe ser la piedra angular de su proyecto, diferentes lesiones -incluida una rotura de tabique nasal- provocan que el centrocampista prácticamente no participe durante cuatro meses. A su regreso, una vez recuperado, llega a disputar tres encuentros consecutivos, pero con el pobre bagaje de un empate y dos derrotas. A partir de ese momento, Francisco pasa al ostracismo del banquillo y de la grada, sin que Cantatore contase con él de cara a la siguiente temporada.
De Sarriá a los banquillos
Al término de la temporada 1989/90, con 27 años, Francisco es traspasado por 50 millones de pesetas al RCD Español, cuyo técnico, Luis Aragonés, vislumbra el enorme potencial deportivo que aún tiene el canterano sevillista. En Sarriá, donde será apodado “el maestro”, Francisco seguiría mostrando su excelente calidad y su fútbol de seda, hasta que, tras siete campañas, decide colgar las botas, ya a finales de la temporada 1996/97. Como nota curiosa, en el ocaso de su carrera deportiva llegó a firmar un contrato con una cláusula de rescisión de 70.000 millones de pesetas, lo que convirtió al capitán del conjunto periquito en el jugador más caro del mundo.
Durante su última temporada como jugador profesional, Francisco fue el hombre encargado de elaborar los informes técnicos para José Antonio Camacho, entonces técnico del RCD Español. Posteriormente, pasó a formar parte de la secretaría técnica del conjunto catalán, hasta que en 1999 decide retornar a Sevilla y realizar el curso de entrenador nacional. El Coria CF, un conjunto históricamente ligado al Sevilla FC y a su gran valedor, Manolo Cardo, fue la primera entidad que confió en él, ofreciéndole el banquillo del Estadio del Guadalquivir. Tras esta primera experiencia, Francisco continúo ejerciendo como técnico en diferentes clubes, llegando dirigir al CD Numancia de Soria en Primera División. En 2010, retornó al Sevilla FC para trabajar en la prolífica cantera que lo viera nacer como futbolista de élite, ingresando en el Departamento de Tecnificación.
A pesar de su brillantísima trayectoria como futbolista, años después de su retirada llegó a declarar:
“Hubiese cambiado muchos años de mi carrera por haber jugado 5 minutos en Eindhoven”
Juan Carlos Unzué Labiano (Orkoien, Navarra, 22 de abril de 1967) se inició como futbolista en su localidad natal, donde comenzó compaginando el puesto de guardameta con el de jugador de campo, hasta ingresar como juvenil en la cantera del Club Atlético Osasuna. Su gran oportunidad le llega el 8 de febrero de 1987, cuando Roberto Santamaría, el entonces portero titular osasunista, cae lesionado tras cometer penalti sobre un jugador del Real Murcia. Unzué, que saltó inmediatamente al campo para enfrentarse al lanzamiento de la pena máxima, no pudo mostrar una mejor tarjeta de presentación en su debut en Primera División, pues paró el lanzamiento ejecutado por el murcianista Miguel Sánchez.
A comienzos de la temporada 1988/89, con tan solo 21 años, Unzué es fichado por el FC Barcelona de Johan Cruyff, quien vislumbra y valora el enorme potencial del portero navarro, que ya se destacaba por su calidad con los pies y su juego adelantado, facetas poco comunes en un guardameta de aquella época. El joven Unzué permaneció dos temporadas en el club blaugrana, donde conquista una Recopa de Europa y una Copa de Rey. Sin embargo, durante su estancia en la Ciudad Condal, Unzué coincide con el meta vasco Andoni Zubizarreta, hecho que limitará sus apariciones en la portería barcelonista, que se ven reducidas en ambas campañas (1988/89 y 1989/90).
Su llegada a Nervión
En el verano de 1990, ya con 23 años y habiendo sido internacional en las diferentes categorías inferiores de la Selección Española de Fútbol,
Unzué abandona el FC Barcelona y recala en Nervión. Con su fichaje, fruto un trueque entre ambos clubes —el canterano Nando por el guardameta navarro— se cumplía un viejo anhelo del presidente Luis Cuervas, quien ya intentó su incorporación años atrás, cuando Unzué aún pertenecía al CA Osasuna. Con la llegada de Unzué, el Sevilla FC de Vicente Cantatore pretendía cubrir la baja del mítico portero ruso Rinat Dassaev, cuyas maltrechas rodillas le impedían seguir compitiendo al máximo nivel. Para completar el puesto, ese mismo verano, procedente del filial sevillista, se incorporaba al primer plantel Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi.
Desde un primer momento, Unzué sacó a relucir sus enormes cualidades innatas como guardameta. A su juego adelantado y con los pies, Unzué unía agilidad, reflejos, un excelente ‘uno contra uno’ y, gracias a su potencia, agresividad y valentía, un buen juego aéreo. En esta última faceta, a pesar de no destacar por su elevada estatura, también contó con las enseñanzas de uno de sus ídolos, Rinat Dassaev, un especialista que pasó a ocupar el puesto de entrenador de porteros.
Referencia en la meta sevillista de los años 90
Con un total de siete temporadas en la entidad (1990-91 a 1996/97), Juan Carlos Unzué es, sin duda, el portero de referencia de aquel Sevilla FC de la década de 1990. Titular indiscutible durante sus cinco primeras campañas en Nervión, alternó el puesto con Monchi en las dos últimas. A lo largo de su estancia en el club, Unzué sumó 257 partidos oficiales —solo superado por el también Dorsal de Leyenda José María Busto y por Andrés Palop— y un total de 99 victorias. Es el segundo guardameta con más minutos de competición de Liga en la portería sevillista, concretamente 19.947. Solo cuatro cancerberos superan sus siete temporadas de permanencia en el club: Palop, Mut, Manolín Torres y Busto. Además, en la Liga de 20 equipos, es el único meta blanquirrojo que ha hecho pleno de jornadas en más de una campaña. Concretamente, lo logró en la 1991/92, 1992/93 y 1994/95. Su promedio de goles encajados por partido es de 1,24 —décimo mejor coeficiente entre los que han disputado diez o más encuentros—.
En su última temporada en la entidad, 1996/97, Unzué vivió lo que él mismo llegó a calificar como su momento más amargo en su trayectoria como futbolista: el descenso del Sevilla FC a Segunda División. Una lesión sufrida durante el verano, en el quinto metatarsiano, le impidió comenzar la temporada, cediéndole el puesto a Monchi. Ya en el último tercio de la campaña, con la llegada de Julián Rubio, que sustituía a Bilardo al frente del banquillo sevillista, Unzué recuperaba la titularidad. Con Rubio y su apuesta por la cantera, el equipo comenzó a mostrar síntomas de mejoría. Sin embargo, la entidad terminó abocada a un trágico descenso de categoría en el Carlos Tartiere. Tras regresar de Oviedo, ya en el aeropuerto de Sevilla, a Unzué le impresionó la recepción y muestras de cariño de los aficionados sevillistas allí desplazados. Años más tarde, cuando el Sevilla FC conquista Europa, Unzué confiesa que es la imagen de aquellos aficionados la que se le viene a la mente con cada éxito de la entidad. Meses después de aquel trágico descenso, aunque Unzué llegó a realizar gran parte de la pretemporada con el Sevilla FC, cuyo escudo estaba dispuesto a defender incluso en Segunda División, el meta navarro era traspasado al Club Deportivo Tenerife. Tras su paso por Nervión, su carrera como futbolista se alargaría durante seis temporadas más, ‘colgando los guantes’ donde comenzó su periplo deportivo, en el Club Atlético Osasuna.
Juan Carlos Unzué marcó toda una época en la portería del Sevilla FC, dejando una profunda huella en la memoria de los aficionados. En 2005, con motivo del Centenario, una multitudinaria consulta entre más de 5.000 sevillistas eligió el nombre de Juan Carlos Unzué como uno de los 100 mejores jugadores en la historia de la entidad. Una vez finalizada su carrera como futbolista, se integró como entrenador de porteros en el cuerpo técnico del FC Barcelona, primero junto a Frank Rijkaard y luego con Pep Guardiola. Posteriormente, en 2010, inició su carrera como primer entrenador en el CD Numancia de Soria. Tras regresar a su puesto anterior en el club azulgrana en la 2011/12, pasó fugazmente por el banquillo del Racing de Santander, para convertirse en 2013 en segundo entrenador de Luis Enrique en el RC Celta de Vigo. Unzué acompañó también al asturiano en su etapa como entrenador del FC Barcelona, con el que logró dos ligas, tres copas y una Champions League. En la temporada 2017/18 vuelve a Vigo, ya como primer entrenador, mientras que, en 2019, un año antes de anunciar que padecía esclerosis lateral amiotrófica, pasó también por el banquillo del Girona FC.
Pablo José Blanco Blanco, (16 de diciembre de 1951), conocido como Pablo Blanco, llegó al Sevilla FC en la campaña 67/68, siendo un juvenil que pisaba fuerte en el Don Bosco. Aterrizó en la cantera nervionense de la mano de Casto Ríos y su especial habilidad para detectar talentos. Ese fue el comienzo de una trayectoria ininterrumpida de cinco décadas, hasta 1984 como jugador, y más tarde como miembro de la secretaría técnica y director de los escalafones inferiores del Sevilla FC.
Talento, en el césped y en los despachos, al servicio del Sevilla FC
Decir Pablo Blanco es decir Sevilla FC, o al menos el Sevilla FC de los últimos cincuenta años. Sus ojos han visto al Sevilla FC en las oficinas de San Miguel, de la calle Harinas y del estadio. Sus ojos han llorado las pérdidas de su compañero Pedro Berruezo y de su canterano Antonio Puerta. Sus ojos han visto descensos y ascensos, épocas muy duras y épocas de bonanza y títulos, así como han reclutado a una amplia nómina de talentosos jugadores que han hecho de la cantera del Sevilla FC una de las más prestigiosas del mundo.
Blanco debutó en el Sevilla FC en la temporada 71/72, jugando 13 temporadas consecutivas en el primer equipo, en las que se desempeñó tanto como defensa como centrocampista. Le tocó vivir una época de mediocridad deportiva, incluso jugando en Segunda, pero en sus últimos años, con equipo de Manolo Cardo, vivió uno de los mejores periodos futbolísticos del Sevilla FC en las cuatro últimas décadas del pasado siglo. Tras colgar las botas, fue reclutado por el entonces secretario técnico Ángel Castillo como su adjunto, continuando con Santos Bedoya y asumiendo ya la dirección de la cantera con la llegada de Luis Cuervas a la presidencia del club, junto a Pepe Alfaro, quedando ya al mando en solitario a comienzos de los noventa, cuando Alfaro decidió dar el paso de entrenar al División de Honor.
‘One club man’
Hombre de un solo club, pues quiso poner punto final a su carrera a los 33 años, el nombre de Pablo Blanco ha quedado grabado con letras de oro en la historia del Sevilla FC por la bravura y la entrega de su fútbol, verdadero emblema de los valores de la casta y el coraje que históricamente han definido al club de Nervión. Blanco, además, tiene el honor de ser el segundo jugador que más partidos oficiales ha disputado con el primer equipo, un total de 415, superado la pasada campaña por Jesús Navas, precisamente uno de sus muchos descubrimientos en su etapa como director de los escalafones inferiores.
Enrique Montero (El Puerto de Santa María, Cádiz, 1954) fue uno de los referentes de la escuela sevillana entre la segunda mitad de la década de los 70 y la de los 80 del pasado siglo, dando sus mejores años de fútbol al Sevilla FC. Montero, llegó a Nervión de juvenil, teniendo un paso casi fugaz por el Sevilla Atlético. Debido a sus magníficas condiciones futbolísticas y a su manera primorosa de jugar a la pelota, Santos Bedoya lo aupó pronto al primer equipo. El gaditano militó en el Sevilla FC 13 temporadas, diez de ellas de forma consecutiva de rojiblanco, al ser cedido al principio dos años al San Fernando. Sumó nada menos que 338 partidos con la camiseta nervionense y ofreció muchas tardes de ensueño a los aficionados sevillistas.
Montero, que no era muy goleador (marcó un total de 52 goles), empezó de delantero centro, pero su perfil de calidad por arrobas le hizo bajar a la demarcación de centrocampista; le faltaba campo para desbordar su gran calidad y para servir a sus compañeros balones claros de gol. Podía parecer algo pausado desde la grada, pero sus cualidades le proporcionaban un tempo futbolístico que lo mismo regalaba quiebros en un palmo de terreno y regates en corto, que enviaba -gracias a su gran visión de juego y a su técnica depurada- pases precisos para crear ocasiones de gol en el área rival. Su fútbol era un espectáculo que levantaba a la afición de sus asientos y siempre ofrecía recitales plenos de imaginación y goles de bella factura. Con Manolo Cardo -Banquillo de Oro del club sevillista- disputó dos UEFAS seguidas.
Mereció mejor trayectoria con la selección española
De los mejores centrocampistas de arte del Sevilla en toda su historia durante una década, Montero no pudo trasvasar su gran calidad a la selección española al ser muy castigado por las lesiones. Sólo fue internacional en tres amistosos. España se perdió al que hubiera aportado una impronta distinta al combinado nacional en el esperado Mundial 82 disputado en nuestro país, que transcurrió con más pena que gloria para los pupilos entrenados por Santamaría.
Con todo, el recuerdo más amargo, que truncaría en parte la trayectoria del gaditano fue la tarde en el Trofeo Carranza en unas semifinales ante el Palmeiras brasileño que el Sevilla ganó con un contundente 5-0. El defensa brasileño Polozi, quizá desesperado por los gambeteos imposibles de Montero, le propinó una entrada alevosa que le produjo una gravísima lesión, rompiendo varios ligamentos de una de sus rodillas. Nefasta jornada al pie de su bahía natal, unida al hecho de que el FC Barcelona, admirado con el juego del sevillista, se comentó que lo tenía hecho con el Sevilla para incorporarlo a sus filas. Dónde podría haber llegado Enrique Montero, jugando en un grande, pero eso ya quedó en el terreno del deseo y no en el de la realidad.
Clase y finura
Podía parecer un jugador frágil, pero el portuense tuvo una constancia a prueba de bomba tras pensar el sevillismo que podría haber perdido de forma definitiva al fino jugador gaditano. La recuperación no fue fácil, realizó un duro trabajo y demostró que no se daba por vencido. Se puso de nuevo al nivel de sus compañeros y volvió por sus fueros. Militó en el Sevilla hasta 1986 y se puede decir que fue uno de los jugadores de más clase de los últimos 30 años. Después jugó en el Cádiz cuatro temporadas más hasta 1990. Montero -además del escudo sevillista- tiene en su pecho el escudo de oro del Sevilla FC, como brillante colofón a su excelente carrera futbolística. Su visión de juego y su arte con el balón en los pies permanecerán siempre en la memoria de la afición nervionense.