Hace hace poco más de tres lustros, el sevillista eran aquel aficionado que veían una final de Copa del Rey o de UEFA por televisión sin poder dejar de pensar en esa machacona frase: ¿Cuándo nos tocará a nosotros? Eindhoven y toda su mística respondieron a esa pregunta y el sevillismo se dispuso a disfrutar de aquello que, milagrosamente, no se les iba a negar hasta el fin de los días. Ya era un triunfo de por sí, pues el Middlesbrough, si bien no era uno de los gigantes del fútbol inglés en aquel ecuador de la primera década del siglo, tampoco era menos que el Sevilla.
La afición viajaba para disfrutar y si encima se podía ganar la copa, miel sobre hojuelas. Eso sí, era un deseo casi artificial, pues ningún sevillista sabía realmente que era eso de levantar plata europea y ponerse en el centro del panorama futbolístico. Han pasado muchas cosas en esos 14 años, algunas muy tristes e inolvidables, pero la gran mayoría de ellas han sido tan increíbles, en lo positivo, que cuesta todavía hacerse a la idea. La de Eindhoven fue la primera final de la era moderna del Sevilla y la de esta noche en Colonia será la número 19. Sí, 19 en 14 años.
Es inevitable echar la vista atrás y observar el camino de estos últimos 14 años
Poco se puede decir, que no haya sido escrito ya, del idilio del Sevilla con su competición. El Middlesbrough no era más que el Sevilla en 2006, pero quizás sí lo fueran el Benfica en 2014 o el Liverpool en 2016. Dio exactamente igual, como da igual hoy que el Inter llegue como subcampeón de la Serie A, tras hacer cinco goles en su semifinal y con uno de los equipos más fuertes de Europa. Es cierto que el Sevilla ya se ha ganado el sobresaliente en esta temporada sin igual. Pase lo que pase esta noche, no quedará otra que ponerse de pie y aplaudir a un vestuario que ha demostrado que, en las malas, es capaz de hacerse aún más fuerte.
Sin embargo, si de algo estamos seguros los sevillistas es de que, conformándonos con el sobresaliente, nuestra historia reciente no habría sido la que es. Si algo ha hecho grande al Sevilla es que su gente, la del césped, los despachos, y la de esas ahora huérfanas tribunas, nunca ha querido pararse a contemplar lo conseguido. Siempre ha visto en el horizonte una cota aún mayor y se ha lanzado a por ella, por muy escarpada que pudiera parecer en la lejanía. Esta noche, el Sevilla se planta ante una de esas montañas que en otra época habrían sido imposibles de escalar.
El Sevilla se planta hoy ante otra de esas montañas que en otra época serían imposibles de escalar
Obviamente no se puede dejar atrás que será una final diferente en un gran aspecto. El sevillismo, ese que nunca abandonó a los suyos, tendrá que seguir el partido desde casa y por televisión. Una circunstancia dolorosa para todos, pero que no hace si no confirmar que esa conexión con el equipo va mucho más allá. Como si de los más bullangueros aficionados se tratase, el banquillo sevillista e incluso el palco han sido ese punto de conexión con unos jugadores que siempre han tenido a su gente en la cabeza. Saben que pelean por ellos y esta noche, más que nunca, lo volverán a hacer.
Huelga casi hacer referencia a lo deportivo en un día como el de hoy. Ese en el que el sevillista de a pie, conforme van pasando las horas, vuelve a preguntarse que quién le mandaría a él, con lo tranquilo que podría estar ahora mismo. Al menos, a estas alturas de la película, no es algo que coja desprevenido al aficionado después de tanto cosquilleo pasado, presente y en el futuro más próximo. Es un día para sufrir y ojalá para disfrutar de una historia que, poco a poco, fue vislumbrando su final feliz. Que ese final quede escrito o no, eso, ya es solo fútbol. ¡A por la sexta!