Habrán sido pocos los que hayan reconocido a la persona nombrada en el título. Es de entender. Su paso por el club fue efímero y sucedió hace muchas décadas. Guillermo Manuel Dellepiane Narváez -nacido Guglielmo Emanuele- es un personaje peculiar por extraordinario. ¿Qué tiene de excepcional? Para empezar, todo lo narrado aquí es fruto de su memoria, pues a sus 88 años es capaz de recordar con precisión asombrosa muchísimos pasajes de su vida. Para continuar, habla con soltura varios idiomas, véase italiano, inglés, francés, portugués y catalán, además de castellano. Sumémosle su bagaje académico, pues estudió Ingeniería Naval, Filosofía y Derecho. Asimismo, es el decano de los veteranos del club, y su vida, como se narra a continuación, es toda una aventura.
Nacido en Cádiz en 1930, marchó muy pequeño a Nervi, en Italia, la tierra de su padre. Allí vivió hasta los seis años, cuando regresó a la Tacita de Plata apenas meses antes de que estallara la Guerra Civil. Ante tal situación, sus padres lo mandaron a pasar los años del conflicto bélico estudiando en Tánger. Fue allí, en Marruecos, donde tuvo su primer contacto con el deporte del balón. Tomó la demarcación de portero como otros muchos, porque no se le daba bien darle a la pelota con los pies. Desde entonces se enamoró de aquel puesto singular.
Aunque nació en Cádiz en 1930, pronto marchó a Nervi, la tierra italiana de su padre
Regresó a Cádiz, y junto a su hermano y su primo presenció los primeros partidos de élite. Le llamaba sobremanera el portero del conjunto amarillo, Manuel Bueno, exsevillista y padre de otro veterano del club, Manolín Bueno. Hasta tal punto llegó la fijación de Guillermo por el cancerbero que terminó por tomarlo como ídolo, e incluso más adelante vistió siempre en los partidos un jersey gris como lo hacía él. Su primer contacto serio con el fútbol fue en la liga local que promovía el Frente de Juventudes. Allí jugó en el Fernando Santos, el colista del campeonato, pero a pesar de ello Guillermo destacaba. Fue ahí cuando sus compañeros y parte de los asistentes a los partidos empezaron a conocerlo por Nené, apodo que le acompañaría durante muchos años.
Dos años más tarde, cuando contaba con 15, se unió a un equipo recién creado, el Levante CF de Cádiz, de 3ª Regional. Y en su fulgurante trayectoria fichó en la temporada 49/50 por el CD Hércules Gaditano, filial del Cádiz CF, que jugaba dos categorías por encima. Se desplazó para jugar a Utrera, Coria, Jerez, Marbella, Granada, Almería e incluso Tetuán. Quedaron campeones, ascendiendo a Tercera, pero por decisión del Cádiz CF nunca se hizo efectivo y renunciaron a la plaza. A raíz de esa temporada pasa al primer equipo del Cádiz CF, que tenía en aquel momento de porteros a Braulio Rubio y a Santos. No consigue hacerse con el puesto de titular, pero despierta el interés del Lérida, que lo persuade para marchar a Cataluña. Allí tuvo la oportunidad de dar con un compatriota y amigo de por vida: Sergio Del Pinto.
A su vuelta a casa, pasó por varios clubes gaditanos hasta firmar por el Lleida
Permanecería en el club ilerdense hasta 1953. Por el camino dejaba una brillante actuación ante el Real Madrid. Sus espectaculares paradas despertaron el interés del Celta de Vigo y del propio Real Madrid, que quería adelantarse a los gallegos y hacerse con sus servicios. Para ello, acabada la temporada, le invitaron a apearse en Madrid cuando bajase camino de su tierra en verano. Guillermo aceptó y probó con el club blanco. De su estancia en Madrid, donde competía con grandes porteros como Domínguez, Juanito, Cosme y Adauto, destaca por encima de ningún otro el partido que disputó ante el Sittardia holandés.
He aquí que a la salida de vestuarios lo abordarse un señor con gabardina y sombrero que le pedía que firmase por su equipo en lugar de por el Real Madrid. Ese misterioso caballero resultó ser D. Ramón Encinas, secretario técnico del Sevilla FC. Y así hizo. En Sevilla, Guillermo encontró una familia en la plantilla que los hispalenses habían formado para el curso futbolístico 53/54. Alonso, Araujo y, sobre todo, Arza, lo acogieron como a un hermano. La ciudad de Sevilla significó también para él la oportunidad de avanzar en sus estudios, atascados en las materias matemáticas. Además, un directivo intermedió para que pudiera cursar unas prácticas en los talleres de la Junta de Obras del Puerto. Todo parecía estar muy de cara.
Tras su paso por el Real Madrid, Ramón Encinas le convenció para fichar por el Sevilla FC
Sin embargo, en el terreno futbolístico todo fue muy distinto. Su gran valedor, Encinas, se marchó precipitadamente. Guillermo Campanal, el entrenador que había a su llegada, fue relevado por Helenio Herrera. Dellepiane no consiguió congeniar con el excéntrico preparador argentino, pues a éste no le gustaba que jugase tan separado ‘del arco’ -acostumbraba a hacerlo cinco o seis pasos por delante de la portería-, ni que abusara del recurso de jugar con los pies. Esa maltrecha relación marcaría el devenir del portero en el club. Entretanto, Guillermo defendió la portería en varios amistosos, y recuerda alguno jugado en Ronda y otro ante el Recreativo de Huelva. Dellepiane esperaba el momento de su debut oficial, que no llegaba.
Vio el cielo abierto tras un Valencia CF-Sevilla FC, pues Manolín Torres cayó lesionado y tuvo que sustituirle Busto. La situación era propicia para que, en la siguiente jornada, en la visita que el Real Madrid haría a Sevilla, Guillermo entrase en los planes de Helenio. Pero no fue así, y HH prescindió de él, contando con el aún lesionado Manolín. El guardameta ilustrado sufría un duro varapalo. Todo estaba por estallar entre míster y cancerbero. El detonante sería una semana después un encontronazo entre ambos en las proximidades de la secretaría del club, a la sazón en la céntrica calle San Miguel. La situación era irreconciliable.
No pudo debutar oficialmente, aunque disputó varios amistosos como nervionense
Ramón Sánchez-Pizjuán lo citó en su despacho y apenado le dijo: “Hombre, Guillermo, el único jugador universitario que tengo y le levanta usted la mano al entrenador. Siento decirle que se tiene que marchar”. No había vuelta atrás. Dellepiane partió con destino al CD San Fernando para estar más cerca de su casa y su familia. Permanecería en el club azulino hasta la temporada 55/56, cuando decidió colgar las botas. No obstante, no se separó del todo del mundo del deporte, pues llegó a ser en los 90 delegado provincial por Cádiz del Colegio Andaluz de Entrenadores. A partir de su retirada se dedicó a la otra pasión de su vida, el mundo naval, pudiendo ejercer de aquello para lo que tanto había estudiado y se había preparado. Su profesión le llevó a vivir en Reino Unido, Países Bajos, Brasil, Argentina y Uruguay.
Hoy, este guardián de la portería recuerda con cariño aquellos años de juventud en los que tuvo la oportunidad de codearse con la élite del futbol patrio y lamenta su infortunio, a la vez que se enorgullece de haber defendido la portería blanquirroja y lleva a gala su condición sevillista. Hoy, nosotros, cumpliendo con nuestro deber de custodios de la memoria difundimos este testimonio oral de incalculable valor.