Cuando parecía que los sevillistas ya lo habían visto todo, que era prácticamente imposible añadir más épica a la leyenda sin fin del Sevilla FC en Europa, el conjunto de Unai Emery hizo en la ya inolvidable noche de Basilea lo más difícil todavía. No es que volviera a proclamarse campeón, es que lo hizo de la forma más maravillosa posible. El Sevilla puso aún más literatura a su historia de grandeza en la UEFA Europa League. Si la felicidad en su grado más absoluto no es lo que se vivió en el Saint Jakob-Park, debe ser algo verdaderamente parecido. Tras un primer tiempo flojo en el que el Liverpool se adelantó e incluso amenazó con tumbarlo, en la reanudación el Sevilla fue un cohete, un rodillo imparable que pasó por encima de unos ingleses que acabaron el partido sin entender muy bien lo que estaba pasando. Y era sencillo, simplemente se imponía la mística fabulosa del Sevilla Europa League, la del Sevilla por cinco veces campeón, la del pentacampeón eterno, que aunque parezca grogüi resucita y te devora. Una barbaridad, posiblemente la barbaridad más formidable, la más increible, la de este Sevilla insaciable que no quiere parar de ganar.
Como suele ocurrir en todas las finales, el partido arrancó con más amago que intención. Había mucho en juego y ambos equipos medían mucho sus movimientos, con el fin de evitar ese primer golpe psicológico que tanto daño hace si se encaja pronto. En esos minutos de tanteo, el Liverpool apareció más por las inmediaciones de David Soria que el Sevilla por el área de Mignolet. En el minuto 11 Sturridge dio el primer aviso, pero su remate de cabeza, manso, fue despejado por Carriço. El Sevilla captó el mensaje y ganó protagonismo.
El Liverpool, sin dominar, salió fuerte y generando más peligro
Dominaba el juego, pero lo hacía sin estar cómodo, impreciso. Banega pocas veces encontraba una línea de pase clara, los desmarques no llegaban, el juego por bandas era limitado. Y el Liverpool, aunque sin dominar, seguía llegando con peligro, con un punto más de aceleración y físico, pero sobre todo con una presión asfixiante. En el 20 Soria tapó un remate claro a Coutinho. El Sevilla tuvo que esperar hasta el minuto 31 a que llegara su primera y única ocasión del primer acto. Una jugada de pizarra desde el córner, acabó con chilena espectacular de Gameiro que se fue por muy poco. Una lástima, porque apenas cuatro minutos después Sturridge, en el flanco izquierdo del área, se sacaba un zurdazo exterior imparable al palo largo de David Soria, cuando todo el mundo esperaba un centro.