Nervión vivió una nueva noche memorable que deja al Sevilla FC muy cerca de otra final. El Sevilla volvió a lucir chapa de equipo campeón y jugó con extremado oficio uno de esos choques donde además de fútbol cuenta la experiencia en las grandes citas, sobrada en el caso de los hispalenses, algo que quedó muy patente en el campo. Los hombres de Unai hicieron casi el partido perfecto. Salieron bien, con cautela, anulando a un Celta que no inquietó hasta pasada la media hora. Metieron a los vigueses en su campo, fallaron un penalti, pero terminaron adelantándose antes del descanso. Y en la reanudación dejaron que el Celta obrara y que el choque fuera cayendo por su propio peso. Los gallegos se fueron a por el empate con más prisa de la cuenta y el Sevilla lo martirizó a la contra, endosándole tres goles más, dos de ellos de Gameiro en apenas dos minutos, que dejan el cruce prácticamente visto para sentencia.
Era difícil prever un premio tan grande en un choque que a priori se presentaba igualado en lo futbolístico. Pero lo que marcó la diferencia, en realidad, fue el empaque de un Sevilla que sabe manejarse como pocos en partidos de puesta en escena grande como el de esta noche, encuentros que requieren ese valor añadido que otorga el competir de forma reiterada por títulos y grandes objetivos. En eso el Sevilla estuvo muy suelto, mucho más que el Celta, que fue valiente, pero que sucumbió por eso mismo, en una segunda mitad en la que el Sevilla ofreció un clínic de cómo hay que golpear una y otra vez a la contra.
La experiencia del Sevilla en las grandes citas marcó la diferencia
En la primera parte el respeto mutuo comenzó mandando, aunque el Sevilla no tardó en dar un paso adelante. Con Banega al volante y N’Zonzi cada vez más atinado en la salida de la pelota, el equipo sorteaba con jugadas muy elaboradas la presión de un Celta que no lo ponía fácil, pero que en los primeros compases lo fiaba casi todo a la defensa. A base de jugadas a balón parado el Sevilla fue poniendo cerco. Rubén sacó una mano enorme a Kolo. El empuje era constante y en el 28 Sergi Gómez derribó a Vitolo, cometiendo claro penalti. Ahí parecía que se podía abrir brecha, pero Rubén le ganaba la partida a Gameiro con una estirada soberbia. El francés fallaba, pero de inmediato recibía una cálida ovación de las gradas. Ese reconfortante cariño lo iba a agradecer el punta galo poco después, y de qué manera.