Manuel Cardo Romero (Coria del Río, Sevilla, 16-abril-1940) es historia viva del Sevilla FC y merecedor de poseer el primer Banquillo de Oro Ramón Encinas de la entidad en justo tributo a los servicios prestados como entrenador del primer equipo del club nervionense, al que impulsó desde la persistente mediocridad hasta la pujanza deportiva, participando dos años seguidos en la Copa de la UEFA, con un juego vistoso y atractivo que hizo disfrutar al sevillismo. El galardón que lleva el nombre del técnico gallego que logró con el Sevilla FC su única Liga 45/46 -además de la Copa de 1935- marcando una época gloriosa del club, no podía llegar a otras manos que las de Manolo Cardo. Un adelantado a su tiempo que firmó otra emblemática etapa dirigiendo al equipo entre diciembre de 1981 y junio de 1986. Le dio su sitio a la fructífera cantera sevillista, hizo debutar a jugadores que fueron después internacionales y atesora algo que no pueden decir muchos: gozaba y sufría al mismo tiempo de su pasión sevillista, con toda la honestidad y la sapiencia futbolísticas.
Manolo Cardo dirigió al equipo de Nervión durante cinco campañas, en las que obtuvo dos clasificaciones consecutivas a Europa y logró distinguir e impulsar al equipo, basado sólo en la cantera y sin apenas refuerzos, con noches memorables como la del PAOK de Salónica (4-0). Su tarjeta de visita -supliendo a Miguel Muñoz en un Sevilla en los fondos de Primera división- no fue otra que firmar en La Romareda un recordado 1-4, con cuatro goles de Pintinho y el debut estelar y genial de un canterano llamado Francisco. El coriano de oro tiene también en su haber el gran mérito de confiar en muchos futbolistas de la casa, entre ellos, el citado Francisco, Rafa Paz, Ramón Vázquez o Manolo Jiménez, internacionales con la Roja.
Números históricos en el banquillo
Entrenador ya inolvidable para el sevillismo se trajo innovación t aire fresco, dando ilusión a la cantera y fulminando de un plumazo la mediocridad del Sevilla. Agarró por sorpresa al equipo a comienzos de los ochenta, tras la repentina destitución de Miguel Muñoz. Y con esa raza genuina de entrenador de la casa que miró siempre a los escalafones inferiores, llevó al equipo a Europa, con un estilo de juego con el que se identificó plenamente la afición. Entre los innegables méritos de Cardo está ser el entrenador que más encuentros ha dirigido al Sevilla FC en Primera División, (156), seguido de Joaquín Caparrós (152) y el laureado Unai Emery (123). El coriano en sus 200 partidos, 2º en el escalafón tras el utrerano (226), sumando citas en la Copa de la Liga, Copa del Rey y la citada UEFA, y superando a Emery (187) y el propio Encinas (179). Hay quien señala con ajustada opinión que si el coriano de oro hubiese tenido en sus manos un plantel de una mayor calidad y talento hubiera tocado plata. Lo demuestra el hecho del gran rendimiento que le sacó a sus diferentes plantillas, pese a ser muchos de ellos productos de la cantera.
Un legado que permanece
Ese gran legado del coriano de oro se refleja en el recuerdo de antiguos jugadores sevillistas que estuvieron a las órdenes de Cardo. Francisco López Alfaro destacaba que el coriano: “Tenía la virtud de hacer llegar lo que quería a los futbolistas”, Pablo Blanco comentó que: “Realizó una labor magnifica en una época muy difícil”. Curro San José resaltó que Cardo fue “un entrenador de la casa” y Ramón Vázquez subrayó que Manolo “marcó un hito en la historia del Sevilla FC”. Todos ellos y muchos otros, conocedores de las virtudes de Cardo, son la memoria perenne de lo que significó en la historia sevillista, un primer e ilusionante guiño de lo que ha venido después. Por ello, Manolo Cardo recibió en un emotivo acto el 6 de junio de 2013 el I Banquillo de Oro Ramón Encinas, acto presidido por José María del Nido, junto a autoridades sevillanas y gallegas y muchos de los que fueron sus pupilos en la entidad sevillista.
El Dorsal de Leyenda es la distinción máxima que el Sevilla FC otorga a sus ex jugadores. Desde su instauración en junio de 2009 bajo la presidencia de José María del Nido, han sido trece los jugadores, todos ellos inolvidables, distinguidos: Juan Arza, José María Busto, Marcelo Campanal, Ignacio Achucarro, Antonio Valero, Paco Gallego, Enrique Lora, Curro Sanjosé, Antonio Álvarez, Enrique Montero, Pablo Blanco, Juan Carlos Unzué y Francisco López Alfaro.
Con esta distinción el Sevilla FC pretende dar realce al pasado glorioso de los homenajeados y reconocer en vida los méritos y la carrera deportiva de aquellos que con su compromiso y entrega dieron grandeza al club.
Antonio Álvarez Giráldez (Marchena, Sevilla, 10-abril-1955) no tenía pensado de chaval dedicarse al fútbol profesional, pero la vida le tenía reservado un sitio estelar. Disfrutó media vida en el Sevilla FC -30 años- entre jugador, entrenador y miembro de la secretaría técnica. En su posterior vuelta al club es director de la Escuela de Fútbol Antonio Puerta y embajador de la Fundación del Sevilla FC. Fue Mariscal y Káiser de las áreas en sus años de futbolista. Disputó 370 partidos de sevillista -de los casi 600 de jugador- y está en el top10 de la historia del club. 13 temporadas. Tras retirarse de corto con 40 años, fue 2º entrenador de once técnicos y, como primer espada, logró una previa de Champions y una Copa del Rey. Sus recuerdos siempre superarán sus 'espinitas': no haber tocado plata como futbolista -sí en cambio como entrenador del Sevilla FC- y quedarse sólo a un palmo de ser internacional absoluto.
El elegante defensa-líbero del Sevilla de los años setenta y ochenta se forjó en los escalafones inferiores y dio el salto al primer equipo de forma testimonial en la temporada 74/75, curso en el que el equipo ascendió a Primera División. Ya en la campaña 75/76 se hizo un hueco en el primer plantel, aunque no fue hasta la 78/79, de la mano de Luis Cid Carriega, cuando se consolidó en el equipo. Desde entonces, Álvarez fue un fijo hasta su última campaña, 87/88, en la que perdió protagonismo en las alineaciones.
Mariscal del Área
Sus números son incontestables, su clase a la hora de manejar el cuero y el enorme decoro con el que se desempeñaba le convirtieron en uno de los centrales más estilosos de su tiempo, ganándose el apelativo de Mariscal del Área. Sólo una lesión el día antes de un partido en la selección española en La Rosaleda le apartó de debutar con el combinado nacional. Tampoco hizo falta para ser uno de los mejores defensores de los años ochenta y dejar una huella indeleble por su finura y categoría con el balón en los pies. Cuando abandonó el Sevilla FC, Álvarez jugó tres temporadas en el Málaga CF y otras cuatro en el Granada CF, colgando las botas en la 94/95, con 40 años, 20 de ellos en el fútbol de élite.
Tras retirarse, pasó a formar parte del departamento técnico del Sevilla FC, asumiendo labores de segundo entrenador con Joaquín Caparrós y Juande Ramos, con quien logró hasta 5 títulos en quince meses, precisamente lo único que se le resistió como jugador. En la 09/10 asumió el mando del primer equipo tras ser destituido Manolo Jiménez y se proclamó campeón de Copa, derrotando 2-0 al Atlético de Madrid en el Camp Nou. Empezó la siguiente campaña al frente del equipo, pero acabó destituido al poco de arrancar la campaña. Fue técnico 32 partidos.
Siempre sentimiento sevillista
Sus sentimientos fueron siempre sevillistas. En sus inicios, su padre habló con Pepillo, el stuka, y Montes Cabezas decidió hacerle una prueba, que superó. Fue la primera conexión con el club. Firmó contrato con el Sevilla Atlético. Jugaba de interior y fue Santos Bedoya el que lo retrasó como defensa libre. Gran acierto. De ser un centrocampista más pasó a ser un central irrepetible. Años de gran compañerismo y una base de 15-16 jugadores de equipo. Lo mejor, los años de Manolo Cardo, el equipo desplegó buen juego y el premio de jugar dos veces la UEFA. Con Miguel Muñoz refuerza su posición de libero, a un gran nivel de juego, uniendo temple y seguridad. Su condición y textura físicas le hicieron ser uno de los futbolistas más longevos -40 años- terminando en forma y quizá podría haber seguido jugando algún año más.
Álvarez superó a medias su espinita de no jugar con la Roja, tras lesionarse el día antes entrenando. Como queda recogido en el libro El eterno Mariscal, explicó cómo sucedió todo. No fue en la banda el mismo día del partido. La tarde anterior, en el último ensayo, al final del partidillo le da con la punta del pie al suelo... y se lesionó el tobillo. No quiso decir nada en ese momento. Ángel Mur intentó arreglarlo con un vendaje, pastillas y pomadas pero el tobillo no respondió. Álvarez perdió el salto de debutar con España y luego apareció Maceda. Pero su legado futbolístico fue tanto que ha entrado con todo merecimiento en noviembre de 2016 en el selecto club de los elegidos, por ello es el IX Dorsal de Leyenda del Sevilla FC.
Francisco Sanjosé García (Sevilla, 12-11-1952) es el sello de la casta y la lealtad, un racial lateral en el universo sevillista. En su único equipo encarnó la bravura durante 16 temporadas y 373 partidos oficiales. Fue el que más derbis ganó (15 de 20), y sus goles (20) llevan la firma de un Roberto Carlos hispalense. Su lealtad no tuvo medias tintas y su nombre -ya legendario- está cincelado en los anales nervionenses. Fue titular con todos sus entrenadores y a su bravura unió una nobleza admirada por propios y extraños. Llegó a ser internacional olímpico en Montreal 76, aunque nunca le llegó la opción con la absoluta por una inoportuna lesión. No le hizo falta. Con su pundonor y dedicación se ganó el respeto y el reconocimiento del Sevillismo.
Llegó junto a Pablo Blanco al Sevilla, lo cedieron dos temporadas al Alcalá y directamente al Sevilla de Merkel sin pasar por el filial. Debutó de extremo con 17 años (1970) en Copa. Tras lesionarse Manolín Bueno, en un partido contra el Barça debutó en Primera. El alemán Merkel lo puso en órbita con unos entrenos espectaculares de mañana y tarde, fue un adelantado a su tiempo. Curro jugó con Merkel, Georgiadis, Buckingham, Arza, Artigas, Santos Bedoya, Happel, Olsen, Carriega, Miguel Muñoz y Manolo Cardo con el que más disfrutó.
Lateral por casualidad
Sanjosé cuenta que cuando Hita se lesionó, Santos le dijo que tenía que jugar de lateral. Y él se negó: “Pues verás lo que haces, o juegas de lateral o no juegas en el Sevilla”. Entonces, Lora, su gran amigo y otros muchos, le aconsejaron que “interesaba jugar dónde fuera y si te han dicho que tiene cualidades de lateral… juega de lateral”. Bendita la hora de reaccionar a tiempo. Era rápido, iba bien por arriba, le pegaba fuerte al balón y todos lo veían de carrilero. Tras jugar en Tarragona, debutó con Santos en casa ante el Betis ganando 2-1 en un gran partido. La prensa lo recogió, el nuevo lateral izquierdo, y a partir de ahí todo fue asentarse y crecer. Era fuerte, tenía fama de leñero pero no lo era, no entraba a la pierna sino al balón. No lesionó a nadie de gravedad. Con Dani del Athletic Club saltaban chispas. Era valiente y chocaban los dos. Pero fuera del campo se llevaban muy bien y eran amigos.
7º jugador de la historia
Con 373 partidos oficiales es el 7º jugador del Sevilla en la historia. Un orgullo añadido siendo de la cantera. Técnicamente no era mal futbolista y era rápido, así fue internacional juvenil con Santamaría. Lo compararon con Roberto Carlos por su gran pegada al balón y subir la banda. De sus 20 goles, tres son muy recordados: A Miguel Reina, padre de Pepe, le hizo dos goles de categoría, uno en el Barça, 3-1 en casa, eliminándolo de la Copa; y el otro con el Atlético en el Calderón. Parecido al del Betis por la escuadra a Esnaola que supuso el triunfo por 1-0, casi desde el banquillo visitante. Fueron los mejores y a porteros buenos. De sus 15 derbis ganados de 20 jugados supera a Pablo Blanco y Álvarez que jugaron 22 pero ganaron menos.
Cara y cruz, ascenso y no ir al Mundial
Su momento más feliz, el ascenso a Primera, después de tres años malos. Curro se mereció la internacionalidad absoluta en Argentina 78 pero no tuvo suerte. Fue a Montreal 76, con Pulido y otros buenos futbolistas. Ante la Real se partió el brazo. Meses de escayola y placa. Luego, en los últimos minutos de Liga en Bilbao, ya recuperado, en una falta en contra estaba en la barrera, con tan mala suerte que el balón me da en el mismo brazo y se lo vuelve a partir. El Mundial empezaba en dos meses y Kubala tenía en mente llevarlo porque Camacho estaba lesionado de gravedad y no había lateral. Fue De la Cruz. Hubiera sido por edad y gran estado de forma un gran momento para ser mundialista.
Con casi 34 años recibió el último homenaje que dio el club, (salvo el más reciente a Kanouté) por su lealtad a un escudo; no quiso ir a ningún otro sitio. Se retiró y dejó de estar vinculado a otra faceta del fútbol al tener su vida resuelta. La fidelidad y nobleza de Curro Sanjosé fue algo muy loable, más aún cuando a otros no les interesaba seguir entonces por el derecho de retención de los clubes. Fue siempre fiel a su club. Lealtad y casta a toda prueba le granjearon con todo merecimiento -en noviembre de 2015- el VIII Dorsal de Leyenda del Sevilla FC.
Enrique Lora Milán (La Puebla del Río, Sevilla, 7-mayo-1945) personifica la divisa de la casta y el coraje en las 11 temporadas que militó en el Sevilla, club en el que disputó 335 partidos oficiales y marcó 27 goles. Por circunstancias de la vida le tocó vivir como un hombre siendo apenas un niño. Desde muy pequeño trabajó en el campo de sol a sol. Y, cuando jugó al fútbol, su bravura no tuvo comparación. Peleaba por el sustento de los suyos. Fue un gigante con alas en los pies y unos pulmones que valían por siete.
Lora se inició en el Coria y llegó al Sevilla Atlético en la temporada 65/66, donde jugó sólo un año, dando el salto al primer equipo. Debutó con 21 años con Sabino Barinaga. Sus comienzos fueron difíciles y complicados, a Lora nunca le regalaron nada. Ni la prensa ni los aficionados le mostraron buenas críticas. Con Arza incluso soportó a toda la grada del estadio mostrándole su descontento con pañuelos por una mala actuación. Pero Enrique se sobrepuso y en sólo siete días le dio la vuelta a la tortilla. Al domingo siguiente, en Valladolid, hizo marcaje excepcional a Cardeñosa. El partido terminó con victoria sevillista por 0-1, con gol de Chacón. Y en el siguiente partido en Nervión, Lora repitió una actuación destacada. Le salió un partido redondo y se metió a la grada en el bolsillo. Los pañuelos entonces se convirtieron en un emocionante “Lora, Lora, Lora”, cambiando todo a su favor. Lora simbolizó en el club la dignidad, la nobleza y la integridad, la razón de ser del equipo sevillista.
El "impuesto de lujo"
Tanto en el Sevilla como en la selección española de Kubala -en la que debutó en Nervión en 1970- le costó convencer a la crítica deportiva gracias a su fuerza y pundonor. Con España, el hecho significativo de su perfil es cuando el conocido periodista José María García publicó en Pueblo que la presencia de Lora era un “impuesto” de la Federación Española por disputarse el partido en el Sánchez-Pizjuán. Lora, muy seguro de sus facultades, en el mismo autobús de la selección, en el que también se desplazaba García, le espetó con total rotundidad: “Te voy a demostrar que te equivocas”.
En efecto, tras una memorable actuación, el periodista tuvo que rectificar: ese supuesto ‘impuesto’ se convirtió en el mejor futbolista del partido. Lora jugó 14 partidos internacionales de 15 llamadas, aun jugando en Segunda. Enrique Lora, pasó a ser en sus años en el Sevilla no sólo el pulmón del equipo sino el líder, el capitán, el orgullo y la bandera de sus compañeros. Terminó siendo un padre para los más jóvenes del grupo. Aprendió de gente como Achucarro, otro Dorsal de Leyenda, o Eloy Matute.
El recordado ‘Míster Látigo’ le dio más confianza y fue Merkel el que le sacó todo lo bueno que llevaba dentro. No necesitó títulos ni finales para ser un coloso en el terreno de juego. Fue un todocampista con mucho recorrido, un adelantado a su tiempo. Un superdotado, un mito de carne y hueso y un espejo en el que se miraban sus compañeros. Sin protestar, era un jugador todo corazón, con la generosidad y la humildad de los grandes de verdad. Infatigable, duro, poderoso y noble; un profesional honesto a carta cabal.
11 temporadas a un alto nivel
Enrique Lora, en las 11 temporadas en el Sevilla FC -siete de ellas en Primera- siempre fue un fijo del equipo. Los aficionados de su época evocan dos ocasiones en las que Kubala con España y Luis Carriega en el Sevilla, protagonizaron dos sustituciones polémicas del pueblano. Kubala ante Yugoslavia en Las Palmas lo sacó en la segunda parte por Sol y, acto seguido, sin tiempo para nada lo cambió en lugar de Ufarte, siendo su último encuentro internacional. También Carriega hizo lo propio, introdujo a Lora en el campo en lugar de un compañero y después, transcurridos unos minutos, lo volvió a sustituir sacándolo del partido. Circunstancia que hirió su honor y precipitó un adiós que hubiera imaginado de otra forma en su casa.
Lora no se desanimó y siguió adelante. Demostró una vez más ese carácter indomable y triunfador que le ha definido siempre. Se fue al Recreativo de Huelva, lideró al Decano hacia su primer ascenso, fue uno de los artífices de aquel hito y jugó con los onubenses un año más en Primera, demostrando que nadie iba a retirarle de la élite más que él. Por fortuna se limaron las asperezas con su Sevilla y la herida cicatrizó con el paso del tiempo. Enrique fue mucho más que un futbolista para varias generaciones de sevillistas. Enrique Lora en uno de los jugadores emblemáticos de la entidad nervionense, por ello en noviembre de 2014 fue justo merecedor del VII Dorsal de Leyenda del Sevilla FC.
Paco Gallego (Puerto Real, Cádiz, 4-marzo-1944) encarnó en sus 20 temporadas en Primera División los valores de la profesionalidad y el sacrificio que debe tener un jugador de fútbol para triunfar. Siendo muy joven dejó su pueblo para integrarse en los escalafones inferiores del Sevilla FC. Dejó atrás una familia de nueve hermanos que él mismo, trabajando desde muy pequeño, contribuía a mantener. Tal vez porque desde siempre tuvo que pelear con la vida para ganarse su sitio, desarrolló un carácter indomable y espartano en los terrenos de juego.
Con 18 años se proclamó campeón de Copa juvenil en 1962, levantando el título como capitán. Fue el primero de los muchos éxitos deportivos de una carrera verdaderamente ejemplar. Ya había debutado en el primer equipo, en el viejo Sadar, con Antonio Barrios. En la 61/62 jugó sólo cuatro partidos, pero ya en la siguiente se hizo un hueco en el once, jugando codo con codo con quien hasta ese entonces había sido su ídolo, Marcelo Campanal. Nadie mejor para recoger el testigo de la furia y la casta que abanderó el asturiano hasta entonces. En poco tiempo se convirtió en uno de los mejores centrales del país y de hecho Diego Villalonga lo convocó para disputar la fase final de la Eurocopa del 64. Gallego se proclamó campeón de Europa, sin jugar, dado que en aquella época no había cambios.
Pieza codiciada se va con 20 años
Tras tres años magníficos y 20 recién cumplidos, le llegó el momento de salir de Nervión en mayo de 1965. El Sevilla pasaba por una delicadísima situación económica, hasta el punto que los propios directivos tenían que garantizar con su capital las fichas del primer equipo y los gastos del club. Gallego era la pieza sevillista más codiciada, de modo que el presidente Juan López Sánchez no dudó en venderlo sin consultarle cuando se presentó la ocasión. El agente Luis Guijarro, que lo había comprado, lo ofreció a varios equipos. Al final su destino fue el FC Barcelona, donde militó 10 temporadas y marcó una época. Lo aupó a ser titular fijo en la selección, disputando el Mundial del 66. En la ciudad condal suplió a Olivella, un central en cierta medida antagónico a sus características, refinado y elegante, pero falto quizás del empaque necesario para defender un área. Gallego dio consistencia y lideró la zaga culé durante esos 10 cursos consecutivos. Campeón de Copa en dos ocasiones, ganó una Copa de Ferias y finalmente logró el título de Liga en la 73/74, once en el que brilló Johan Cruyff.
En el 74 el Sevilla de nuevo pasaba un momento deportivo complicado, enlazando dos cursos consecutivos sin ascender a Primera. El presidente Montes Cabeza pensó en Gallego para liderar el nuevo proyecto, sobre todo por sus galones y experiencia. El gaditano accedió volver a casa. El FC Barcelona se negó a venderlo para afrontar con garantías la Copa de Europa. En la siguiente campaña se lesionó del menisco y parecía entrar en el ocaso de su carrera con 31 años. Un futbolista cualquiera, sí, pero no un hombre del pundonor de Paco Gallego.
Vuelta a casa
Montes Cabeza tocó de nuevo a su puerta. En esta ocasión no encontró impedimentos para poder regresar al Sánchez Pizjuán. Lo hizo con la lesión a cuestas y no tardó en cuestionarse en ciertos foros la idoneidad del fichaje. La pregunta de si venía para un retiro dorado parecía inevitable. Pero el gaditano solventó pronto las dudas; en su primer partido incluso marcó un gol en el triunfo ante Las Palmas. El Sevilla, que regresaba a Primera, encontró en él el oficio necesario para asentarse en la máxima categoría con un equipo plagado de jóvenes.
Gallego volvió a cuajar a un nivel excepcional, hasta el punto que de nuevo se le reclamó para la selección, pero nunca volvió. En el verano de 1979, tras cuatro campañas en las que fue un indiscutible, las dos últimas como capitán, acabó su vinculación contractual con el Sevilla. Con 35 años, el club lo despidió por todo lo alto, organizando un partido homenaje en agosto ante el Barcelona. Tarde maravillosa en la que el eterno ‘5’ recibió todo tipo de agasajos por parte de cientos de peñas y compañeros de ambos equipos, además de que el ministro de Cultura y Deporte, Manuel Clavero, le impusiera la medalla al Mérito Deportivo.
Cuando parecía que el final había llegado, Paco Gallego fue reclamado de nuevo por la grada del Sánchez Pizjuán. El comienzo de temporada no podía ser más inhóspito para el equipo que dirigía Miguel Muñoz. Montes Cabeza captó el mensaje de la hinchada y le pidió formalmente su vuelta. Paco Gallego, ya fuera de forma, asintió y se puso a disposición del sentimiento que todavía hoy corre por sus venas. En esta 3ª etapa ayudó a dar estabilidad al vestuario, donde su liderazgo resultó indiscutible. Y su dorsal ‘5’, ese cinco rojo a la espalda al que tanto lustre dio, en noviembre de 2013, pasó a ser el VI Dorsal de Leyenda de la entidad.
Antonio Valero (Madrid, 31-marzo-1932) fue un jugador de club, un hombre expeditivo, veloz, contundente y sobrio pero, sobre todo y ante todo, muy regular. Considerado por muchos el mejor lateral izquierdo del Sevilla FC de toda su historia, jugó 231 partidos, ejerciendo en muchos de ellos de capitán, desde 1954 a 1964. Todo comenzó en Larache, cuando siendo jugador del Córdoba CF cumplía con el servicio militar. Fue allí, en tierras africanas, donde recibió la llamada de José María de la Concha, a la sazón secretario técnico cordobesista, quien le comunicó su inminente fichaje por el conjunto de Nervión. Fue la primera piedra para construir una historia futbolística de verdadera leyenda.
En su primer año se encontró con el hombre que lo pidió, Helenio Herrera, que compuso una línea defensiva inolvidable, posiblemente la mejor que hubo y habrá jamás. Por la derecha Guillamón, en el centro Campanal y en la izquierda Valero, un defensa de raza, duro, pero con estilo y talento, un carrilero sin fin. Fue siempre un fijo. En su primer año peleó la final de Copa que perdió 1-0 ante el Athletic Club. El gol vasco, de hecho, fue provocado por un mal despeje de Valero, una acción que nunca se perdonó, pero que el Sevillismo nunca lo tomó en cuenta, dadas sus excepcionales cualidades y su indiscutible entrega futbolística.
Debut con España junto a Di Stefano y Luis Suárez
Valero acrecentó su sello de jugador infranqueable. Podía pasar el balón, pero no el jugador. Sus duelos con el canario Miguel González, del Atlético de Madrid, adquirieron un matiz épico. Era la firma de un futbolista indomable, que en 1957 logró su ansiado debut con la selección española, justo el mismo día que dos gigantes del fútbol patrio: Alfredo Di Stefano y Luis Suárez. En esa campaña, después de ser subcampeón liguero en la 56/57, Valero jugó con el equipo nervionense la Copa de Europa, junto a otros Dorsales de Leyenda como Juan Arza o Marcelo Campanal, con el que ya a finales de la década formó otra línea defensiva envidiable junto a Santín, en el Sevilla de Luis Miró.
En la década de los 60, en plena presidencia de Guillermo Moreno, firmó su último contrato en blanco, prueba del compromiso que siempre exhibió por el club de Nervión. Comenzaron al poco los problemas. En un derbi copero en el 62, cayó lesionado en la victoria 5-3 ante el eterno rival. Varias rondas después, el Sevilla se plantó en la final contra el Madrid, en el Bernabéu. Valero no llegó a tiempo y desde la grada tuvo que sufrir como su Sevilla perdía 2-1 frente al equipo de su tierra, que no de su vida.
Grave lesión que adelantó su marcha
La 62/63 fue la última en los terrenos de juego. Todo sacrificio, Valero, que ya contaba 32 años, seguía siendo titular indiscutible. Por eso no podía imaginar aquel 19 de mayo del 63, en Copa contra el Betis, que jugaría su último partido oficial con la camiseta sevillista. Inesperado adiós, porque en el posterior verano una grave lesión le dejó varios meses fuera de juego. Luchó y logró volver, pero Otto Bumbel no le devolvió al once, relegándolo sólo a amistosos. El 30 de junio del 64 fue su último día como jugador sevillista. Su compromiso era tal, que aún a sabiendas de que no seguía, el 28 de junio accedió a disputar un amistoso en el Trofeo Sánchez Pizjuán, ante el Málaga, en un equipo plagado de canteranos.
Valero entró en el mundo de los banquillos como segundo de Juan Arza, y tras la marcha del navarro se incorporó al cuerpo técnico de los escalafones inferiores, dirigido por Diego Villalonga. Desde mediados de los 70 se convirtió en uno de los pilares del fútbol base, junto a Santos Bedoya, José Antonio Viera, Pepe Alfaro y -más tarde- Manolo Cardo y Baby Acosta, llegando a dirigir el Sevilla Atlético y fichando a futbolista de la talla de Rubio o Jiménez.
Valero abandonó al Sevilla entrados los 80. Probó suerte en otros banquillos. Finalmente dejó el fútbol, aunque no su relación con el Club, siendo una de los principales responsables de la Fundación de la Asociación de Veteranos, de la que fue presidente más de seis años. Justicia de ley fue recibir en noviembre de 2012 el V Dorsal de Leyenda para un futbolista que merece estar en el selecto club de los elegidos del estadio Ramón Sánchez Pizjuán.
Ignacio Achucarro (Asunción, Paraguay, 31-6-1936) llegó a Sevilla con 22 años. Fue integrante de aquella Paraguay de finales de los 50 que logró una sorprendente clasificación para el Mundial Suecia 1958, junto a los Lezcano, Aguilera, Re, Agüero o Amarilla. Bravo mediocentro, era ya un ídolo en su país por ser el líder del tricampeón Olimpia y completó una excepcional actuación que le puso en el mercado español. El Sevilla fue el club más avispado a la hora de contratarle, dado que en principio venía al Barcelona de Helenio Herrera, que le quería para proteger a Luis Suárez. Sin embargo, la intermediación del representante armenio Arturo Bogossian cambiaron los acontecimientos y Achucarro tomó rumbo a la Giralda para construir una historia de grandeza similar a la del monumento hispalense más universal.
Cuando arribó a Sevilla, Achucarro era un padre primerizo, comedido en palabras, guaraní parlante, extranjero pese a su sangre española, pero comprometido con su presente y sorprendido por las bondades de Sevilla, que tan bien le supieron desde sus inicios. Corría el penúltimo mes de 1958 cuando se estableció en la calle San Vicente y dio rienda suelta a su leyenda. Su debut fue ante el Athletic un 23 de noviembre. De ahí hasta final de campaña no dejó de jugar ni un solo encuentro. La camiseta del Sevilla, blanca como la del Olimpia, le sentó de maravilla y no permitió, bajo ningún concepto, que nadie se atreviera a mancharla.
Inolvidable dupla con Ruiz Sosa
En Nervión echó raíces. Le tocó lidiar con un Sevilla en decadencia, que se sostuvo en la elite mientras él formó inolvidable pareja en el centro del campo con Manuel Ruiz Sosa, la mejor medular que jamás haya conocido Nervión. Rozó la gloria en la final de Copa del 62 y no jugó con España en el Mundial Chile 1962 por una inoportuna lesión que le dejó fuera de los planes de Helenio Herrera, un técnico que siempre quiso contar con sus servicios.
En los años 60 y la marcha de Ruiz Sosa, el Sevilla, que iba a menos, encontró en el racial carácter de Achucarro su principal sostén. Sus sensacionales actuaciones se convirtieron en uno de los pocos argumentos de un equipo que acusaba seriamente las deudas devenidas de la construcción del Ramón Sánchez Pizjuán. Salieron Sosa, Gallego, Oliveros, pero a Achucarro nunca se le abrieron las puertas y el jamás osó tomar el picaporte por su cuenta. Ídolo y figura, se convirtió en el gran capitán y en el ejemplo a seguir por la excelsa generación de canteranos que venía pegando fuerte desde abajo, con Enrique Lora a la cabeza.
Sus mejores años en el Sevilla FC
Dedicó sus mejores años por y para el Sevilla y dotó a su figura de un matiz legendario en la promoción por evitar el descenso de la temporada 66/67, cuando el conjunto nervionense, tras haber ganado 1-0 en casa, se jugaba la permanencia en El Molinón. Ante el Sporting, el recital de compromiso y sacrificio futbolístico del paraguayo fue enorme, dado que llegó a jugar lesionado -con la rótula rota- durante gran parte del choque. Pese a circunstancias tan adversas, no transigió a abandonar el campo, pues en esa época no había cambios y no quería dejar al equipo con uno menos, pese a que su técnico, Juan Arza, le pidió que lo hiciera viendo la gravedad de la situación. Su sello era pelear hasta el último suspiro y no caer jamás, valiéndose de un pundonor y un compromiso cada vez menos frecuente en el fútbol. El Sevilla logró mantener la categoría, elevándose su figura al olimpo de los héroes.
Homenaje y adiós con honores
En la siguiente campaña, con el equipo descendido, Achucarro terminó contrato con el Sevilla. Tuvo ofertas jugosas de Elche, Córdoba o Espanyol para hacerse con sus servicios y poder seguir jugando en Europa y ganar el buen dinero que pagaba el campeonato español. Sin embargo, el presidente Manuel Zafra Poyatos, le dijo alto y claro que el Sevilla no permitiría que vistiera otra camiseta distinta en España. El mensaje fue nítido: ‘si lo haces, te quedas sin partido homenaje’. Achucarro no dudó, rechazó ofertas y prefirió un último baile con una afición a la que enamoró con su casta, destrozando su rodilla y entregando su alma.
El homenaje fue contra su nuevo equipo, el Guaraní, con el Sánchez Pizjuán repleto. Achucarro jugó 280 encuentros, con el título honorífico de ser el extranjero con más partidos durante más de 50 años, hasta que Renato y Kanouté le superaron. Más allá de eso, el pundonor y la entrega que siempre mostró en el campo le han hecho inmortal en el imaginario colectivo del Sevillismo, que todavía hoy no olvida a un ídolo auténtico, jugador de hierro y corazón, pero sobre todo de un compromiso prácticamente inédito en el fútbol actual. Razones por las cuales recibió en mayo de 2012 el IV Dorsal de Leyenda de la entidad.
Marcelo Campanal (Gijón, Asturias, 13-febrero-1931) fue un portento de la naturaleza que ajustó el fútbol a su medida. Encarnaba al mitológico Apolo con un balón en los pies. Un asturiano de naturaleza superlativa que sacó pecho ante todo y ante todos, saliendo casi siempre triunfante de las encarnizadas luchas que protagonizó con los mejores delanteros de su época. Su historia futbolística comienza incluso antes de nacer porque ya entonces su tío Guillermo triunfaba en el Sevilla FC. Por eso cuando comenzó a despuntar en el Avilés, el más gordo matador de los Stukas lo trajo para probar suerte en el equipo que tanto le dio a él.
Marcelo llegó a la capital de Andalucía por el río. Embarcó en San Juan de Nieva con 16 años y, tras cuatro días de viaje, atracó en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). De ahí al muelle de las Delicias, donde su tío Guillermo le esperaba con los brazos abiertos. Pasó por dos cesiones antes de firmar por el primer equipo en el verano de 1950. Tenía 19 años y sus impulsos futbolísticos fueron arrebatadores. El vigor que aplicaba en cada acción desconcertó en un fútbol de la época, mucho menos físico que el actual. Marcelo fue un adelantado a su tiempo.
Orgullo y compromiso
La alternativa le llegó un 12 de diciembre, ante el Athletic Club, cuando se lesionó Venys y tuvo que suplirlo. Desde entonces no abandonó la titularidad hasta bien entrados los 60, jugando 403 partidos oficiales con el Sevilla FC. En dos ocasiones fue subcampeón de Liga y otras dos de Copa, pero ni siquiera el hecho de no haber logrado títulos rebajó el impacto histórico que constituyó su figura para el Sevillismo.
Campanal fue un jugador noble que dadas sus condiciones atléticas atormentaba a los mejores ‘nueve’. Amargó a Di Stefano y Kubala en incontables ocasiones. Por eso era codiciado. Fue el central que Helenio Herrera quiso llevarse consigo a Barcelona e Inter de Milán tras su estancia en Nervión. Pero Marcelo, además de bravo era fiel y jamás se planteó una salida, como tampoco el club, pese a que llegaron ofertas por él verdaderamente mareantes, sobre todo una del Madrid que ofreció 20 millones del momento.
Héroe de Estambul
La leyenda de Marcelo se hizo extensiva a la selección. Campanal fue un fijo con España en la década de los cincuenta e incluso fue capitán con sólo 23 años, el tercero más joven luciendo la camisola nacional. Su mejor página la escribió, paradójicamente, en una de las derrotas más severas que sufrió el combinado español. Un duelo a doble partido ante Turquía para lograr la clasificación al Mundial de Suiza 1954. España ganó la ida en Madrid, pero en la vuelta cayó en Estambul, víctima de una auténtica encerrona. Campanal fue de los pocos que plantó cara a los turcos, dada su natural entereza. Días más tarde agrandó su actuación en el desempate jugado en Roma, que acabó 2-2. La mano inocente de un niño italiano clasificó a los turcos, pero a la llegada a Barajas de la selección, Campanal fue el único vitoreado, entre silbidos y gritos contra el seleccionador y otros jugadores.
A nadie extrañó que en 1954 fuera nombrado deportista español del año, por delante de los mediáticos Kubala y Zarra. Campanal era un emblema que sobrepasó los límites del Sevilla, simbolizando la recurrida furia española. Su valentía le jugó malas pasadas, pero nadie dudó jamás de la nobleza de su fútbol. En 16 campañas sevillistas sólo en 2 ocasiones fue expulsado.
Aquel Carranza deshonroso
El compromiso con el Sevilla de Campanal II, como así se hacía llamar, no cayó en saco roto para la afición, que llegado el momento dio la cara por su líder. En el Trofeo Carranza de 1958 el Sevilla disputaba su cuarta final consecutiva ante el Madrid de Di Stefano. Campanal hizo una entrada a Santisteban y los directivos del Madrid, con Bernabéu a la cabeza, protestaron diciendo que, si en el descanso no salía del campo el asturiano, su equipo se retiraba. Las presiones surtieron efecto y la directiva sevillista aceptó suplir a Marcelo por Maraver. La afrenta no pasó por alto en el Sevillismo, que meses después en asamblea general por amplia mayoría aprobó no jugar más el torneo gaditano. Postura que se mantuvo hasta los años 80.
Campanal II fue un futbolista tan formidable que incluso se le hizo un partido homenaje antes de dejar Nervión. Fue contra el Flamingo, 1-0 con gol de Diéguez, el 30 de agosto de 1965, con el estadio lleno. Estuvo un año más y en 1966 se marchó a La Coruña, para colgar las botas en el Avilés y dedicarse después al atletismo, una disciplina en la que batió todo tipo de récords en sus años mozos, que no fueron homologados por su condición de futbolista. Su último partido fue ante el Sabadell, un 20 de marzo de 1966… Cinco décadas después el recuerdo del otrora conocido como Huracán de Avilés o Capitán Maravilla sigue indeleble en Nervión.
El 22 de noviembre de 2011 el Club reconoció su trayectoria concediéndole el III Dorsal de Leyenda, en presencia de su familia, su alcaldesa de Avilés, Consejo de Administración, cuerpo técnico, capitanes y centrales del primer equipo y más de 30 excompañeros. El presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, le condecoró además con la insignia de oro y brillantes de la entidad.
Por su condición de vasco, nacido en Portugalete (Vizcaya) el 12 de noviembre de 1924, las cartas del destino tal vez invitaban a pensar en una carrera deportiva exitosa en el Athletic. Pero la historia de José María Busto, como las buenas historias, tuvo un agradable giro, un cambio de guión que hizo su trayectoria poco previsible. Tal vez por eso resultó tan asombrosa. Desde el arco contempló la época más prodigiosa del Sevilla FC en el siglo XX, jugando 16 temporadas, desde 1942 hasta 1958, en las que conquistó una Liga y una Copa del Rey, convirtiéndose en uno de los mejores guardametas de su tiempo. Nunca un portero jugó tantas campañas en Nervión ni disputó tantos encuentros, ni más ni menos que 401, con más de 30.267 minutos en su haber. Sus guantes -todavía hoy- pesan demasiado.
Su historia comienza mucho antes, en el Baracaldo Altos Hornos, equipo al que había llegado tras dejar los juveniles del Athletic Club. Busto se hacía un nombre en el norte y el ojo de halcón de Pepe Brand, asesorado por el doctor Amadeo García de Salazar, fundador del Alavés y eminencia del fútbol nacional y vasco en particular, lo trajo al lugar que le hizo grande… Brand llegó a un acuerdo con el padre de Busto, que dio su palabra y la mantuvo hasta el final, pese a una intentona del Athletic Club, que lo quiso incorporar cuando el joven arquero tomaba rumbo a Sevilla. Su historia estaba lejos de San Mames, en la otra punta de España, en la calidez del Sur, en el hervidero de pasiones que constituía el viejo Nervión.
La sombra de Eizaguirre
Cuando llegó, Busto tenía el reto de solapar la leyenda de Guillermo Eizaguirre, El ángel volador, un futbolista carismático del Sevilla de la época, el contrapunto de la mítica delantera Stuka que -sin él- quedó huérfana de seguridad. Aquel Sevilla, una máquina de hacer goles, dejaba atrás mucho que desear. Se requería a un buen portero… Y ahí entró Busto. Nadie esperaba que superara las hazañas de Eizaguirre. De reflejos extraordinarios y una sobriedad envidiable, no tardó en consolidarse bajo los tres palos, haciendo olvidar a su gran predecesor.
El “prodigio de seguridad” de Les Corts
Ahí comenzó una historia de grandeza: muy bueno en el mano a mano, con magnífica salida y anticipación, aportó tranquilidad atrás al extraordinario equipo que dirigía Ramón Encinas, que en la 45/46 se coronó campeón de Liga. Busto; Joaquín, Villalonga; Alconero, Antúnez, Eguiluz; López, Arza, Araujo, Herrera y Campos. Equipo que el Sevilla puso en liza el inolvidable 31 de marzo de 1946 en Les Corts. Valía un empate para ser campeón de Liga y Busto tenía ante sí la responsabilidad de frenar el asedio azulgrana, que fue avasallador. Y lo hizo. Pudo con todas las embestidas culés, tan sólo le superó Bravo, pero sin embargo Escolá y Gamonal no lograron rebasarle, valiendo el gol de Pato Araujo en el minuto 7. Su actuación fue portentosa y, de hecho ABC, dos días después dejaba claro la importancia del cancerbero en la consecución del título: “En el Sevilla dos hombres brillaron de forma extraordinaria: Busto, con intervenciones prodigio de seguridad y colocación, y Juan Arza”.
El fútbol le reservó más días de gloria al mítico arquero vasco. En 1948, el 4 de julio, se proclamó campeón de Copa, ante el Celta de Vigo, con una cómoda victoria por 4-1. Busto siguió logrando hazañas. Fue subcampeón de Liga en la 50/51, perdió una final de Copa en 1955 e incluso debutó con España el 30 de mayo de 1954, en Bayona, victoria 0-2 ante Francia. La inconmensurable figura de Ramallets eclipsó sin embargo sus opciones de ser titular.
En 1957, Busto jugó la Copa de Europa, siendo el primer portero en competición internacional con el Sevilla FC. El 19 de septiembre saltó al césped de Nervión ante el Benfica, en un duelo histórico, que acabó con 3-1 a favor del conjunto hispalense. En la 57/58, colgó las botas para siempre. Su último encuentro fue ante el Real Madrid, en el Sánchez Pizjuán, el 19 de enero de 1958, cita que acabó con victoria por 3-2 y con la lesión de un dedo del portero de los porteros en clave sevillista, lo que le obligó a dejar los terrenos de juego.
Una última gesta tras su adiós
Una vez colgadas las botas, Busto se convierte en seleccionador de la selección juvenil andaluza de fútbol, a la que hizo campeona de España (con jugadores como Rodri o Paco Gallego). Después se vincula a los Escalafones Inferiores del Sevilla y cuando llega Antonio Barrios en 1961 se convierte en su segundo. El día de Reyes de 1962, recibe un partido homenaje en el Ramón Sánchez Pizjuán, celebrando un amistoso ante el Sporting de Lisboa. Pero sus servicios fueron más allá, porque un año después, cuando el equipo está en una verdadera situación crítica, al final de la 62/63, Busto vuelve a ser providencial. A tres jornadas de acabar el torneo se cesa a Barrios y Busto asume el mando, en una difícil papeleta. Sin embargo, esta vez sin guantes, el vasco salvó los muebles y consiguió que el equipo eludiera el descenso. En la siguiente campaña asume el mando del Sevilla Atlético. Después deja el fútbol y se dedica al mundo de los negocios. El 18 de noviembre de 2009 el Sevilla FC hizo justicia, otorgándole la gran distinción del II Dorsal de Leyenda.